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No hay una calle de la ciudad de Barcelona en la que se encuentre tal combinación de historia, arte y leyendas de la ciudad. No hay otra vía de la «Gran Encisera» de cuyos adoquines supure tanta esencia de lo que representa Barcelona. Desde caballeros medievales hasta artistas bohemios, desde militares en plena batalla a estudiantes de Erasmus buscando la última copa de la noche, la calle de Montcada es la ilusión de una Barcelona perdida en la maraña de la urbe actual.
Entrando por el Passeig del Born, aquel mítico lugar donde se celebraban las justas a caballo en la Barchinona del medievo, la calle Montcada aún es como una placita en la que se acumulan alguna tienda de souvenirs, la antigua Fundación de Modest Cuixart, ya desaparecida y que tanto hizo por la recuperación de la figura de este autor del grupo Dau al Set de la ciudad. A su lado, el misterioso Callejón de las Moscas, que como bien dicen las guías del viajero, se trata de la calle más estrecha de la ciudad, siempre cerrada a cal y canto por una verja de hierro forjado. Quién sabe las mil historias de lúgubres viejas, de serenos de terrazas y de lamparillas de escritorzuelos nocturnos que se ocultan en las ventanas que van a dar a esta calle olvidada.
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Frente a un restaurante vasco, de esos donde venden pinchos en los que el volumen del susodicho siempre supera al de la rebanada de pan, y que tan de moda se pusieron en la Barcelona de finales de los noventa, hay sin duda uno de los establecimientos más singulares de la calle, el Xampanyet, o Ca l’Esteve, bodeguita fundada en 1929 donde no pueden dejar escapar las anchoas en su aceite, y el ya conocido cava catalán, servido en copa plana, de las antiguas, al modo champenoise francés.
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A partir de aquí, la calle se estrecha, y nos encontramos de nuevo en esa Barcelona del siglo XV, donde los grandes mercaderes, nobles y poderosos terratenientes, se establecieron en esta nueva calle cerca del mar y de su nueva iglesia gótica, Santa María del Mar. Deteniéndonos ante esos enormes portones de los palacios que a partir de aquí se extienden, debemos mirar hacia las alturas, observar la piedra que enmarca nuestra visión, imaginar el olor de herrumbre de la Baja Edad Media, oír el sonido de las sedas renacentistas de túnicas y vestidos, al rozarse en sus paseos callejeros, escuchar los tacones de la Coronela al correr a defender las murallas, o el silbido de un Nonell, o un Rusiñol, saliendo de cualquier bareto de mala muerte en aquella Barcelona que aún no había sido cuarteada por la Via Laietana.  Palacios como el Berenguer d’Aguilar, el Cervelló, el Dalmases, el de los Marqueses de Lió, la Casa de la Custodia, la Casa Mauri o el Palacio Finestres…
Entre los recintos de culto se encuentra el Espai Barroc del Palacio Dalmases, un entorno maravilloso del siglo XVII y XVIII en que la magia del barroco se apodera del edificio y del conjunto de espectáculos que se programan con asiduidad. Recomendable asistir a las noches de ópera, mucho más convenientes a este espacio que no el flamenco destinado al turismo y que invade iglesias y palacetes. Frente a la Galeria Maeght, una de las de mayor tradición – y nombre – de la ciudad, encontramos el flamante y nuevo Museu de les Cultures del Món de Barcelona. Esta nueva aportación museística de la ciudad incorpora fondos de la Colección Folch y de la Colección Clos, además de piezas del Museo Etnológico de Barcelona, repartidos en dos palacios remodelados y donde pueden observarse piezas maravillosas procedentes de todo el mundo. En especial, muy interesantes las provenientes de la Polinesia y de la India e Indochina.
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Sin duda, la joya de la corona del paseo que uno emprende a lo largo de esta histórica calle, es el Museo Picasso, único en el mundo por ser el primero y único que el autor malagueño autorizó con su nombre. Barcelona fue picassiana, antes que París, y aquí el autor del Guernica aprendió técnica y conoció la primera bohemia. Aquí el autor quiso depositar también su colección de cerámica, sus fantásticas Meninas, y muchas otras obras de juventud y madurez, siendo el lugar del mundo donde más Picassos se pueden observar juntos, casi 5000 piezas.
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Finalizamos la visita, después de cruzar la siempre movida calle de Princesa, en un insólito Museo del Mamut, donde se conservan vestigios de este animal prehistórico, y la mucho más recomendable Placita y Capilla de Marcús. Dice la leyenda que un comerciante medieval soñó un día que en el puente de Narbona encontraría tanto oro que lo haría rico. Y así se dispuso en ir en carromato hacia el sur de Francia, donde se hospedó, y donde cada día visitaba el puente de Narbona, esperando encontrar la fortuna. Unos días después, en el mismo puente encontró un francés, quien le contó que hacía unos días había soñado con Barcelona, con una tienda antigua, y una escalera vieja, debajo de la cual había una olla con mil monedas de oro. Marcús regresó a su tienda, cavó bajo la escalera, y encontró tal olla. Y de tan rico compró el terreno que nos ocupa en esta visita, y erigió la capilla románica que aún se ve, y que constituye uno de los pocos vestigios románicos del interior de la ciudad. Fue aquí mismo, frente a esta capillita, donde el fatídico 11 de septiembre de 1714, al despuntar el alba, el Consejero de Barcelona Rafael de Casanovas vio entrar, a lo lejos, a los castellanos que asaltaban la ciudad. Y de aquí salió raudo y veloz al palacio municipal, para sacar la Bandera de Santa Eulalia en la batalla, e insuflar ánimos a sus soldados, que no tardaron en perder esa última batalla, frente a las tropas borbónicas. Pero eso ya es harina de otro costal…
 Por /// Per: Albert Torras
Periodista y Escritor
Fotografías por /// Per:
anonimo

 

 

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